Sobre la mesa de luz de mi habitación mental descansa un frasco imaginario que en algún momento que ya no recuerdo coloqué para ir guardando esas cosas intangibles que me gusta recuperar.
Hay algunas sonrisas que no olvidé congelar, el color del cielo al amanecer, y hasta el ademán de tus manos que hiciste sin pensar.
Entre diferentes aromas hay algún reflejo de la luna sobre el Uruguay, tu voz, algunos versos, sutiles recuerdos y vívidos ensueños sin realizar, y en un rincón se estructuran listas de canciones en un reproductor especial.
En un frasco de infinita capacidad, no desperdicio el espacio con cosas vagas al azar.
Hay tres estrellas no alineadas, la comisura de sus negros ojos al sonreir, un eterno rojo estallando en luz y sus ojos celestes reflejando el mar.
Flotan citas de libros que alguna vez leí, estribillos de canciones que me dijeron a donde ir, y por supuesto Gustavo cantando Lisa si me quiero zambullir.
En mi frasco de infinita capacidad, no pierdo la oportunidad, de guardarlo para poderlo recuperar.
Abro el frasco y deslizo una nueva canción para que me acompañe en la estación después sol, cuando el descanso conoce la mejor posición.
Ahí donde muchos esperan música para volar, yo grabo paciente una melodía para aterrizar.
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